ENTREVISTA AL EDUCADOR JOSEP ÁNGEL SÁEZ BENITO:
“Un jardinero de personas”
Nació en Zaragoza en 1964, pero se trasladó a Valencia para estudiar Teología. Pronto se dio cuenta que ese no era su camino. Finalmente se licenció en Filología, en la Universidad de Valencia. Actualmente es profesor de compensatoria en el IES Bovalar de Castellón. Un instituto ubicado en un barrio marginal, que tiene un CAES (Centro de Acción Educativa Singular). Sus alumnos están vinculados al mundo de las drogas, con familias desestructuradas, poco orientados a lo académico a los que es difícil hacer que aprendan contenidos. El se ocupa de generar un clima de confianza a través de una comunicación especial, donde el cariño no va reñido de la firmeza y la exigencia. Dice que un educador es un jardinero de personas. Al paso del tiempo sabe que ha hecho bien su trabajo por la cara con la que los chavales le miran, con alegría de encontrarse con el profesor de compensatoria, esa persona humana que les ayudó a encontrar un sentido a sus vidas.
África: ¿Qué titulación posees?
Josep Angel. Soy filólogo, tengo una licenciatura de filología Hispánica, especialidad de Valenciano y también estudié tres años de Teología.
A. ¿Qué otra formación complementaria?
J.A. Muchos cursos: sobre todo lo que tiene que ver con el hecho educativo, desde nuevas tecnologías, hasta estrategias para tratar con chavales que tienen baja autoestima. Todo aquello que he visto que me puede venir bien dentro de un aula.
Por otra parte, me he formado en tres profesiones a modo de afición: carpintero, mecánico industrial y electricista. Saber sobre estas profesiones era una de las ilusiones, porque a mi me gusta el trabajo intelectual pero también el manual.
¿Dónde has trabajado antes?
He estado 11 años en la empresa privada como profesor de valenciano y cuando aprobé las oposiciones en 2002, mi primer destino fue el IES donde sigo actualmente.
Este instituto es un poco particular. Un instituto con bastantes problemáticas, con un índice elevado de población inmigrante, un alto nivel de etnia gitana. Tenemos mucho fracaso escolar y de absentismo.
En este instituto por sus circunstancias, más importante que enseñar los contenidos de valenciano, de filología, es tener en cuenta el resto de factores que influyen en la situación de chiquitos y chiquitas.
El planteamiento inicial del instituto era que un determinado grupo de alumnos que no funcionaban en las aulas convencionales, había que crearles un aula aparte, en el “aula de compensatoria”, donde se suponía que teníamos que trabajar lo que se pudiera. Pero la realidad era que aquello era un reducto de alumnos inadaptados. Si yo les hablo del objeto directo a ellos les suena a chino. No hay manera de engancharlos por ahí.
Los chavales muy poco orientados hacia el ámbito académico. No tienen interés por aprobar, no valoran el hecho de tener un graduado, lo único que quieren es tener 16 años, para introducirse en el mundo laboral. Esa es su aspiración.
Existen chicos violentos, con familiares en la cárcel, cercanos a las drogas,... Algunos profesores me decían que cómo me arriesgaba a que trabajaran con herramientas de corte, con
serruchos, con destornilladores, porque un día se lo podrían clavar. De hecho había muchos que venían armados a clase.
Se me ocurrió montar para ellos unas practicas educativas más atractivas, partiendo de mi formación complementaria como carpintero, electricista y mecánico. Si yo les tengo que enseñar a leer, pues a mi me da igual que conozcan El Quijote o el Tirant Lo Blanc, que leer el manual de instrucciones de un taladro. Entonces, cojo el libro del taladro y lo adapto y eso me sirve de libro de texto. Hacemos un planteamiento teórico – práctico, trabajamos comunidades de aprendizaje.
Otro proyecto que se me ocurrió fue poner en marcha un Huerto Escolar. Fue el primer proyecto que puse en marcha. Con un grupo de 15 chicos y 1 chica, llegué a la conclusión que sólo tenían fuerza bruta, así que pensé que algo que permita sacar la fuerza bruta podría ser que trabajaran la tierra. Teníamos un rincón perdido en mi instituto, un sitio lleno de malas hierbas, donde los chicos no se imaginaban que de allí íbamos a sacar un huerto, de la misma manera que quien se propusiera sacar de ellos personas adaptadas, también le parecería una locura. Porque nadie daba nada por ellos. Había que trabajar en el huerto, pero antes había que debatir y planificar, pero no planificaba yo. Nos sentábamos todos en grupo, aprendíamos a hablar como personas, a respetar el turno de palabras, con roles siempre rotativos. Cada vez uno hacía una función, yo no planificaba y cada semana una persona dirigía, otra tomaba notas... Era muy curioso, tomarle el pelo al profesor o de torearle, con esta forma de trabajar ya no tenía sentido. Al finalmente quedó un huerto muy chulo. Fue muy bonito recordar como estaba inicialmente aquel trozo de tierra y comprobar como había quedado.
Utilizaba estos talleres para todo. Para una educación social, para aprender idiomas, aprender a leer, a escribir, a expresarse en público, a dirigir una reunión,... Dialogando en grupo se consensuaban unas normas básicas de respeto hacia los compañeros, el profesor, hacia uno mimo y con respeto al material. Esas cuatro cosas no son negociables. A partir de ahí se generaban otras normas donde ellos participaban, se razonaban las normas entre todos. Cuando ellos asumen las normas, la actitud cambia radicalmente.
Yo les exijo que estén bien sentados, que no rayen las mesas, que no molesten al otro. Y luego vamos aprendiendo valenciano. Pero si no aprendemos valenciano, a mí eso no me preocupa. Lo importante es que sean personas. Y pasa que cuando más personas son, más valenciano aprenden y de todo lo demás.
¿Es difícil conseguir todo esto?
No es fácil que un chiquillo esté atento en una clase de gramática. Es complicado, sobre todo si no entiende para qué vale. Además tienen un método de evaluación estilo Sancho Panza: “Con eso no se gana dinero”. ¿Cómo les haces entender eso? Cuando ya entienden para qué sirve, se motivan un poco más, le ven un sentido. Porque el problema es de sentido y no de carencia material. Ellos no tienen una escala de valores clara, un modelo de referencia, creen que todo da igual: Es la ley de la selva.
¿A qué habilidades has de recurrir?
Utilizo una comunicación determinada. Antes de la democracia, los profesores que hemos tenido han sido autoritarios. Un profesor entraba, mostraba su autoridad y nadie le discutía nada, y si alguien lo hacía pues tenía sus consecuencias severas. Hoy en día la situación es totalmente diferente. El profesor entra y tiene el cargo, pero la autoridad se la tiene que ganar.
Tengo muy claro, que el modo en como uno se comunica no es indiferente. En la comunicación la forma es el fondo. Dependiendo de cómo te dirijas a un alumno, vas a obtener una respuesta u otra, quizá con las mismas palabras. Cuando ellos notan que tu quieres ponerte en su lugar; empatizar con ellos, lo valoran. Y eso es lo que ellos manifiestan porque se sienten escuchados.
Yo me tomo tiempo para mirarles a la cara y a lo mejor no han hecho los ejercicios o han dicho una barbaridad. Yo me preocupo de ir, no al síntoma, que es no hacer los ejercicios, sino a la causa, averiguar qué es lo que le pasa a mi alumno para que no esté centrado. Converso un rato con él y me intereso por sus problemas. Cuando ellos ven que tu no sólo tomas notas y pones un negativo, sino que les exiges, pero con cariño, los resultados son muy positivos. Te los ganas.
Un educador de adolescentes ha de tener unas habilidades mínimas y la manera en que yo establezca la comunicación es muy importante. Mi estilo de comunicación es dialogante. Por ejemplo, Sócrates hablaba de la mayéutica, decía que la verdad la alumbramos entre todos, porque cada uno tenemos una percepción de la verdad. Hablando con ganas de cooperar y de avanzar, dialogando de verdad, es cuando construimos el conocimiento. Esto es una idea que ha recuperado el constructivismo ya desde Piaget.
No se trata simplemente suelto la lección y ahí queda eso, a quien le aproveche bien y al que no que se apañe. Yo me preocupo de cuidar el filtro afectivo, es decir, qué imagen estoy dando en mi labor. Emplear unas habilidades, ya que un adolescente por sistema rechaza toda autoridad, toda imposición.
¿Te has formado específicamente para desarrollar estas habilidades comunicativas tan útiles?
Yo creo que me viene un poco “de serie”, es decir, de mi forma de ser. Cada persona tenemos un estilo comunicativo determinado.
Hay médicos que cuando nos atienden decimos: “Madre mía, ya se podía haber dedicado a Veterinario”. Y con los profesores pasa igual, ves a algunos y piensas: “¿Porqué no se dedica a fabricar tornillos, que a ellos no les duele...?
Yo siempre digo que un educador tiene que ser un jardinero de personas. Tu entras en una clase que es un micromundo y has de saber como están allí las tensiones, tienes que saber equilibrarlo.
Yo no soy psicólogo y mucho menos conductista, no tengo ni idea de percentiles, de estadística, ... Yo me guío por el sentido común, la observación diaria. Trabajo con ellos todos los días y veo como funcionan.
Por otra parte llevo un registro de incidencias. Si fulanito ha tenido un problema con la profesora de matemáticas o no, si acude a clase o no. Objetivo unos datos que luego me permiten leer a lo largo del tiempo. La observación inmediata me sirve para ese día, pero para poner en relación lo de ayer con lo de hoy, y lo de la otra semana y lo del otro mes, pues yo recurro a mi registro.
También cuido mucho el trato diario, hablar con ellos. Dialogo con ellos. Les doy la posibilidad de expresarse y fomento la confianza, como una especie de dirección espiritual laica, un amigo entre comillas, que no cuestiona mi función de profesor. Porque el alumno no necesita un amigo, sino un adulto que le marque límites, que le refuerce cuando hace algo bien y que lo corrija cuando lo hace mal.
También les pido que me pongan por escrito las cosas que crean que debemos mejorar y las que están bien. Que ellos mismos analicen el proceso de enseñanza – aprendizaje. Les pido que se fijen primero en las cosas que consideran que funcionaban bien, y luego aquello que podemos mejorar. Son cuestionarios abiertos que ellos mismos redactan.
¿Has tenido problemas en tu relación con algún estudiante?
Al principio tuve que demostrarles que yo no les tenía miedo, que yo no venía allí como Napoleón a conquistar nada, sino que estaba a su disposición. Les cambié el juego y vieron que de verdad estaba a favor de ellos.
Una cosa fundamental: yo les escuchaba a ellos y yo no tenía que gritar para que me escucharan a mí. Conseguimos establecer una relación normal. Es como aquel que nunca prueba caviar y de repente lo prueba. Me han llegado a decir: “Maestro, es que nunca nadie nos ha tratado así. Y ojo, qué yo soy muy exigente y una cosa no va reñida con la otra. Es aquello que dicen de “Mano de acero en guante de seda”.
Las familias se extrañaban cuando las llamaba o iba a visitarlas si vivían cerca, con mi bicicleta. Enseguida me preguntaban qué había hecho mal su hijo y les respondía que quería hablar para decirles que su hijo estaba haciendo las cosas bien. A estas familias nunca les habían dicho eso de su hijo y creo que esa es la causa por la que ellos no funcionan bien. Nadie les ha reconocido nunca nada bueno. Este refuerzo es fundamental, también en las familias.
El objetivo fundamental que yo les planteo a ellos, era que sepan comunicarse, dialogar, ser personas. Les digo, sobre todo, que lo más importante es que el día de mañana sean dueños de su futuro.
Está el caso de Jonathan. Cuando le dije si se había dado cuenta que sería un perfecto encargado de construcción y él me dijo que estaba loco. Un chaval superviolento, con muchos problemas en casa, y hoy en día trabaja de encargado en una empresa de construcción.
Pasan los años y ves detalles que te dicen que has conseguido cosas con tu labor. Hoy era final de trimestre y han venido un montón de ex alumnos a verme. Hay otra cosa que no puede figurar en una estadística; la cara con la que me miran cuando me los encuentro por la calle, una cara que se les ilumina, que te dice que están alegres de verdad.
Entonces mi evaluación final es: ¿He hecho todo lo posible? ¿Todo lo que está en mi mano? Eso es lo que a mí me vale. Cuando me los encuentro y los veo con esa alegría, compruebo que todo ha funcionado.
No sé. Solo sé que lo vivo. Soy vocacional, eso sí y estoy en la enseñanza porque me gusta enseñar. Pero sobre todo estoy aquí porque siento que hay que acompañar al alumno a que se vaya descubriendo a sí mismo, que vaya encontrando sentido a su vida. La educación no es una botella vacía. Educar, es sacar las virtudes que tiene la persona, el educador tiene esa función. Nuestra profesión se asemeja a ser jardinero, pero en este caso de personas.
¿Qué momentos han sido más gratificantes?
Los tengo todos los días, porque tengo la suerte de que mis alumnos me escuchan, me hablan con normalidad, me respetan. Ellos me dicen que me respetan porque he sido yo el que he empezado a respetarlos. Y es curioso porque hay otros profesores que son permisivos y los alumnos no los respetan. Y está claro que permitiendo, que es un error muy corriente, no se consigue que los alumnos estén más a gusto ni que tengan una base sólida. Es como el hormigón que para cuajar y formar un pilar, necesita cuatro maderas que lo sujeten. Si las maderas no hacen su función, aquello se convierte en un montón de hormigón que ni aguanta finca ni aguanta nada. Es de puro sentido común, los alumnos para educarse necesitan exigencia y cariño, en sus dosis adecuadas.
Yo soy un profesor que gozo con mi profesión. Los problemas no los tengo dentro del aula, sino cuando voy por el pasillo y veo chicos expulsados de otras aulas, entonces se me pudre el hígado.
Bueno, puedo contar dos casos. El primero es el de un chaval que aparentemente me parecía de los más sensatos, más de fiar, y que un día entró a robar en el instituto. Robó un ordenador y nos fastidió para todo el curso. Hablé con él y le pregunté qué era lo que yo había hecho mal con él. Noté que algo había fallado y eso me afectó muchísimo, estuve muy disgustado. Después en el verano, reflexioné, llegué a la conclusión de que estaba ignorando algo muy importante; que la educación es una mesa que se sostiene con un mínimo de tres patas. Por una parte está el ambiente familiar que ha de ser favorable. También ha de haber un ambiente escolar adecuado, que los profesores tengan ganas. Y por último la decisión personal: ellos son seres libres para obrar bien o para obrar mal.
En otra ocasión un par de hermanos, una chica y un chico emigrantes brasileños, hijos de una prostituta. Eran muy buenas personas, pero demasiado metidos en el fango de la marginación: consumidores de drogas, hachís, pastillas de éxtasis, bebían en exceso,... Era un chaval que cuando estaba bien era increíble, pero cuando se le “cruzaba el cable”, tomaba sustancias, era el Mr. Hyde. Impresionante! Y la hermana se encontraban con demasiadas circunstancias que la empujaban como un embudo a seguir el mismo camino que la madre. Se ha quedado embarazada con 17 años y su hermano está preso.
Son dos casos en los que dices: ¿Cómo se podría equilibrar aquello? La duda que me queda siempre es si he hecho todo lo que he podido. Y finalmente llego a la conclusión de que lo he intentado. Pero cuando la cosa está tan, tan, tan mal, la brecha del barco es tan gorda que se hunde, nadie lo puede evitar.
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