miércoles, 6 de febrero de 2013

¿Qué lleva a que un menor se implique en actividades delictivas?


Son muchos los factores que llevan a un menor a delinquir o infringir la ley. Cada menor de forma individual, cuenta tanto con factores de riesgo como con otros factores llamados de protección.
Un factor de riesgo es el que aumenta la probabilidad de que un menor desarrolle un trastorno emocional o de conducta en comparación con los niños de la población general.

 
Los factores de protección son circunstancias que se dan en el ambiente del menor y en su propia naturaleza, como la confianza en uno mismo, buenas habilidades sociales, cohesión familiar, identificación con un modelo adulto prosocial y una buena red de fuentes informales de apoyo social a través de amigos, familia, vecinos y profesores. Los factores de protección proporcionan una “resistencia” ante los factores de riesgo, fomentando patrones de conducta adaptados y competentes (Rutter, 1990).
 
Entre los factores de riesgo existen causas biológicas ambientales, como la vulnerabilidad a desarrollar una psicosis. El criminólogo italiano Lombroso señaló, en el siglo XIX, que la criminalidad se transmitía genéticamente, y que los delincuentes podían ser reconocidos por ciertos aspectos físicos, como unas orejas prominentes o una frente sobresaliendo de los ojos. En la actualidad, se ha señalado con rigor la influencia de variables genéticas y biológicas en la conducta delictiva (es necesario recordar que una “causa” biológica no ha de tener origen genético; una lesión cerebral es algo biológico, pero su origen puede ser un accidente de tráfico, por ejemplo).
 
Otro ejemplo de causa biológica de origen ambiental son las dificultades perinatales. Un estudio de Brenann, Mednick y Kandel halló que el 80% de los delincuentes reincidentes violentos en su muestra de estudio tenía diversas complicaciones en el momento de dar a la luz sus madres, ocasionando daños en la cabeza y alterando así la funcionalidad del cerebro.
 
Se han señalado otros factores de riesgo individual biológicos como una baja tasa cardíaca, que viene a representar una dificultad en el niño para condicionar las respuestas de miedo y ansiedad frente al castigo, lo que dificultaría su socialización.
 
Otro factor de riesgo importante es el síndrome de trastorno de la atención con hiperactividad (TDAH), especialmente si se combina con el diagnóstico de trastorno de conducta o trastorno disocial. El TDAH se vincularía con la delincuencia porque estorba el aprendizaje en la escuela y el seguimiento de las normas, dado que estos niños presentan serias limitaciones a la hora de atender a las instrucciones y de poder reflexionar antes de actuar. Por su parte, el trastorno disocial enfatiza una violación frecuente de las normas sociales y los derechos de los demás, con el resultado de que el menor así diagnosticado presenta frecuentes conductas agresivas, robos y actos de vandalismo, conjuntamente con una personalidad basada en la toma voluntaria de riesgos y en la impulsividad.
 
La inteligencia, de cuya base genética (al menos en el 50% de su variabilidad) nadie duda, es otra variable tradicionalmente relacionada con la delincuencia. La moderna investigación señala que esa relación no es directa, sino mediada por otras dos variables: el fracaso en la escuela y la asociación con compañeros antisociales.
 
La delincuencia, y en particular la de tipo violento, también se relaciona mucho más con el sexo masculino. Las diferencias en agresión física son aparentes desde una edad muy temprana; las niñas son agresivas de modo más indirecto y emocional, mientras que los niños recurren mucho más a la violencia física.
 
Por otra parte la familia presenta de un modo directo según estilo de vida y educativo, un importante factor en el desarrollo o no de conductas delictivas. Las variables familiares más relevantes en su correlación con la delincuencia de los hijos son las siguientes: prácticas de disciplina basadas en el castigo, deficiente supervisión del niño dentro y fuera del hogar, mala calidad del vínculo afectivo y la presencia de criminalidad en los padres.
 
Y por supuesto no hay que olvidar los factores sociales de los que todos en pequeña o gran medida somos responsables. Las políticas actuales son un buen  ejemplo de ello. Los factores sociales más importantes son la exposición a la violencia en la comunidad; actitudes facilitadoras de la violencia en compañeros de edad y pandillas; prejuicio y discriminación; pobreza y desigualdad económica; acceso a armas y presentación positiva de la violencia en los medios de comunicación social. Aquellos jóvenes que crecen en un ambiente donde el estatus se logra siendo violento, y donde hay pocas esperanzas de sobresalir mediante el esfuerzo y las oportunidades legítimas, tendrán más dificultades para desarrollar un autoconcepto donde quede excluido el crimen y el abuso de drogas. Esto todavía puede ser peor para aquellos que deben de soportar prejuicios y discriminación derivados de su pertenencia a minorías étnicas.
 
Y por último las drogas y el alcohol. Estas sustancias en edades tempranas son un factor poderoso en la facilitación de las carreras delictivas. En investigaciones se revela la profunda conexión existente entre la violencia interpersonal y el consumo de alcohol, así como el tráfico y consumo de drogas y la delincuencia contra la propiedad (para sostener el hábito) y también los delitos violentos (para proteger la red de tráfico ilegal), si bien en los jóvenes menores de 18 años esto último no es tan grave como entre los adultos.
 
Fuente: Alguna información ha sido extraída de la documentación del curso realizado “Nuevas perspectivas de intervención con menores infractores” Ministerio de Educación.

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