Son
muchos los factores que llevan a un menor a delinquir o infringir la ley. Cada
menor de forma individual, cuenta tanto con factores de riesgo como con otros
factores llamados de protección.
Un
factor de riesgo es el que aumenta la probabilidad de que un menor desarrolle
un trastorno emocional o de conducta en comparación con los niños de la
población general.
Los
factores de protección son circunstancias que se dan en el ambiente del menor y
en su propia naturaleza, como la confianza en uno mismo, buenas habilidades
sociales, cohesión familiar, identificación con un modelo adulto prosocial y
una buena red de fuentes informales de apoyo social a través de amigos, familia,
vecinos y profesores. Los factores de
protección proporcionan una “resistencia” ante los factores de riesgo,
fomentando patrones de conducta adaptados y competentes (Rutter, 1990).
Entre
los factores de riesgo existen causas biológicas ambientales, como la
vulnerabilidad a desarrollar una psicosis. El criminólogo italiano Lombroso
señaló, en el siglo XIX, que la criminalidad se transmitía genéticamente, y que
los delincuentes podían ser reconocidos por ciertos aspectos físicos, como unas
orejas prominentes o una frente sobresaliendo de los ojos. En la actualidad, se
ha señalado con rigor la influencia de variables genéticas y biológicas en la
conducta delictiva (es necesario recordar que una “causa” biológica no ha de
tener origen genético; una lesión cerebral es algo biológico, pero su origen
puede ser un accidente de tráfico, por ejemplo).
Otro
ejemplo de causa biológica de origen ambiental son las dificultades
perinatales. Un estudio de Brenann, Mednick y Kandel halló que el 80% de los
delincuentes reincidentes violentos en su muestra de estudio tenía diversas
complicaciones en el momento de dar a la luz sus madres, ocasionando daños en
la cabeza y alterando así la funcionalidad del cerebro.
Se
han señalado otros factores de riesgo individual biológicos como una baja tasa
cardíaca, que viene a representar una dificultad en el niño para condicionar
las respuestas de miedo y ansiedad frente al castigo, lo que dificultaría su
socialización.
Otro
factor de riesgo importante es el síndrome de trastorno de la atención con
hiperactividad (TDAH), especialmente si se combina con el diagnóstico de
trastorno de conducta o trastorno disocial. El TDAH se vincularía con la
delincuencia porque estorba el aprendizaje en la escuela y el seguimiento de
las normas, dado que estos niños presentan serias limitaciones a la hora de
atender a las instrucciones y de poder reflexionar antes de actuar. Por su
parte, el trastorno disocial enfatiza una violación frecuente de las normas
sociales y los derechos de los demás, con el resultado de que el menor así
diagnosticado presenta frecuentes conductas agresivas, robos y actos de
vandalismo, conjuntamente con una personalidad basada en la toma voluntaria de riesgos
y en la impulsividad.
La
inteligencia, de cuya base genética (al menos en el 50% de su variabilidad)
nadie duda, es otra variable tradicionalmente relacionada con la delincuencia.
La moderna investigación señala que esa relación no es directa, sino mediada
por otras dos variables: el fracaso en la escuela y la asociación con
compañeros antisociales.
La
delincuencia, y en particular la de tipo violento, también se relaciona mucho
más con el sexo masculino. Las diferencias en agresión física son aparentes
desde una edad muy temprana; las niñas son agresivas de modo más indirecto y
emocional, mientras que los niños recurren mucho más a la violencia física.
Por
otra parte la familia presenta de un modo directo según estilo de vida y
educativo, un importante factor en el desarrollo o no de conductas delictivas. Las
variables familiares más relevantes en su correlación con la delincuencia de
los hijos son las siguientes: prácticas de disciplina basadas en el castigo,
deficiente supervisión del niño dentro y fuera del hogar, mala calidad del
vínculo afectivo y la presencia de criminalidad en los padres.
Y
por supuesto no hay que olvidar los factores sociales de los que todos en
pequeña o gran medida somos responsables. Las políticas actuales son un
buen ejemplo de ello. Los factores
sociales más importantes son la exposición a la violencia en la comunidad;
actitudes facilitadoras de la violencia en compañeros de edad y pandillas;
prejuicio y discriminación; pobreza y desigualdad económica; acceso a armas y
presentación positiva de la violencia en los medios de comunicación social.
Aquellos jóvenes que crecen en un ambiente donde el estatus se logra siendo
violento, y donde hay pocas esperanzas de sobresalir mediante el esfuerzo y las
oportunidades legítimas, tendrán más dificultades para desarrollar un autoconcepto
donde quede excluido el crimen y el abuso de drogas. Esto todavía puede ser
peor para aquellos que deben de soportar prejuicios y discriminación derivados
de su pertenencia a minorías étnicas.
Y
por último las drogas y el alcohol. Estas sustancias en edades tempranas son un
factor poderoso en la facilitación de las carreras delictivas. En
investigaciones se revela la profunda conexión existente entre la violencia interpersonal
y el consumo de alcohol, así como el tráfico y consumo de drogas y la
delincuencia contra la propiedad (para sostener el hábito) y también los
delitos violentos (para proteger la red de tráfico ilegal), si bien en los
jóvenes menores de 18 años esto último no es tan grave como entre los adultos.
Fuente:
Alguna información ha sido extraída de la documentación del curso realizado “Nuevas perspectivas de intervención con menores
infractores” Ministerio de Educación.
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